¿ES EL ARTISTA O EL INSTRUMENTO?

Da igual que se trate de música, de pintura o de literatura, el artista siempre va a encontrar obstáculos y retos que deberá superar, e incluso buscar la manera para que estos jueguen a su favor. Aquí vamos a hablar de guitarras, unas de las muchas herramientas de las que disponemos para hacer música, y sobre cómo hacer que nos sirvan lo mejor posible para crecer como músicos. No se me ocurre mejor manera de comenzar esta serie de publicaciones que compartiendo la historia de un chico al que conozco bien:

Desde muy joven, quería ser una estrella del Rock, ya sabes, las luces, el dinero, las chicas y la vida nocturna. ¿Qué otra manera más divertida podía haber de ganarse la vida? Con algunos años de experiencia tocando el bajo y la guitarra, se fue a Londres en cuanto tuvo edad, dinero y valor suficiente para ello. Allí era donde estaba la verdadera acción musical.

Tan pronto llegó, compró el mejor bajo eléctrico que pudo permitirse. Dos días después no estaba contento con la compra. Era un bajo modesto. Se avergonzaba de tener que presentarse con un instrumento como ese a una audición, no era la imagen que quería dar, ¿qué pensarían de él? Estaba en lo cierto: iba a pasar vergüenza, pero aquel bajo no sería el motivo.

Todas las semanas ojeaba la sección de «Se buscan músicos» en un periódico musical. Fue así como encontró a un guitarrista que estaba intentando formar una banda. Se encontraron en un bar y hablaron durante un buen rato. Conectaron bien, así que acordaron verse dos días después para el primer ensayo. Llegó el día y a los pocos minutos de comenzar el ensayo el guitarrista le habló claro y sin tapujos:

«Tío, necesitas practicar. Necesitas practicar mucho».

De vuelta a casa en el metro, esas palabras se repetían sin parar en su cabeza. Se dio cuenta de que no había puesto suficiente empeño en su formación para lidiar con la acción de Londres. Haber tenido un bajo mucho más caro que el que había comprado no hubiese cambiado nada.

Cuando iba a conciertos, en vez de disfrutar y ver que podía aprender, se apoyaba en la barra del bar al final de la sala. Allí, entregaba toda su sabiduría guitarrística a algún pobre amigo mientras tomaba una cerveza tras otra. Se había creído un oráculo de las guitarras y el sonido, pero no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Regurgitaba todo lo que leía en las revistas como si estuviese escrito en piedra.

Dicen que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Hasta que aparece alguien que ve bien con ambos ojos.

Había pasado más tiempo leyendo revistas, hablando sobre equipo, cuidando su pose y soñando con la vida de rockero, que practicando con su bajo eléctrico y guitarra. No estaba preparado para enfrentarse a las exigencias de un músico profesional.

El guitarrista de las amargas palabras también le dijo que estaría encantado de ayudarle si se comprometía a poner tiempo y esfuerzo. Aceptó la oferta. Supo que era una ocasión que no podía dejar pasar.

Comenzaron a verse cinco días a la semana en casa del guitarrista, el cual le dio una selección de canciones y varios ejercicios para practicar. También llamó a un amigo bajista para que le diese algunos consejos sobre técnica, cuerdas y cómo ajustar el bajo. Fueron las mejores lecciones de su vida. A partir de ese momento dejó la cháchara y pasó a la acción. A parte del tiempo que pasaba en su trabajo y unas pocas horas de sueño, no hacía otra cosa que tocar el bajo y escuchar música. Esa persona había sido lo suficientemente amable como para invertir su tiempo en ayudarle y él quería corresponderle.

Tras dos meses con esa rutina, había conseguido más y mejores resultados que en los cuatro años anteriores. Comenzó a ver con ambos ojos, unos ojos que, además, habían cambiado para siempre.

Por si no te lo habías figurado, ese fantasioso bajista no es un personaje de ficción que me he sacado de la manga para elaborar esta historia, era yo en 1990. Allí no había equipo sofisticado ni grandes escenarios, tan solo dos pequeños amplificadores en una minúscula habitación y dos tipos con pasión por enseñar, aprender y compartir. No exagero al decir que esa fue la mejor experiencia de mi vida como músico.

Aprendí a mantener y ajustar mi bajo, instalar las cuerdas correctamente y la importancia de hacerlo a menudo. Sustituí las revistas por los libros de música. Comencé a sentir que ganaba control sobre el instrumento. Ya sabía qué era lo que quería oír y cómo conseguirlo con el equipo que tenía. ¿Por qué era feliz con el mismo bajo que despreciaba meses atrás? Sentí curiosidad por desentrañar los misterios de esos cacharros con cuerdas.

Pasaron los años y pude permitirme comprar bajos más caros. Acabé por venderlos todos. Aquel modesto bajo que compré en Londres fue mi bajo principal durante 15 años. Con él, tocaba y sonaba mejor que con cualquier otro. Lo había convertido en una extensión de mí mismo. Aprendí a ajustar y reparar guitarras y bajos. Comencé a entender cómo funcionaban.

«No me gusta esa marca de pastillas». «Yo solo uso esta marca de cuerdas». «Solo puedo tocar con estas púas». «Esa guitarra es para metal y aquella para pop». «Esto es lo que mi ídolo y yo utilizamos, lo demás es una mierda». «Tiene mucho rango de medios para mi gusto». Yo solía usar y creerme este tipo de afirmaciones, no era el único y, desafortunadamente, sigo oyendo cosas así hoy en día. Podemos quedarnos enganchados a conceptos, nombres, productos y marcas. A veces, podemos tomar una posición ideológica entorno a la guitarra comparable a ideas políticas o religiosas, aunque esas afirmaciones no están basadas en la experiencia y la observación. Si nos preguntan por qué, la mayor parte de las veces nuestras mejores respuestas pueden ser algo similar a: «Mi profesor o compañero de banda me lo dijo» o «lo he leído en un foro».

El aprendizaje, la experiencia, la observación y el estar abierto a nuevas ideas son vitales para evitar el fundamentalismo. Nadie va a sufrir daño alguno porque alguien diga que una determinada marca de pastillas no es lo suficientemente buena para reproducir sus celestiales punteos, pero es limitante y obstaculiza el aprendizaje.

¿Es mejor pintor el que tiene más pinceles y colores en la paleta, o el que se esfuerza para ganar en maestría? Es la obra final lo que valora la gente. Nadie va a preguntar si ha sido pintado en un estudio de Manhattan con materiales de primera o en un suburbio de Madrid con unos recursos mínimos. Lo que el artista tiene que demostrar con su obra es que domina el oficio, su arte. ¿Por cuál de los dos artistas crees que la mayoría de la gente va a sentir más respeto y admiración?

Si la música es arte, ¿por qué tiene que regirse por distintos valores? He visto personas disfrutando con una buena guitarra que después han querido vender porque su estética no «encajaba» con su nuevo proyecto de Blues, Jazz o Pop. Aunque estaban cómodos con esa guitarra y era lo suficientemente versátil para sacarle un buen sonido en casi cualquier estilo de música, eso no era suficiente para animarles a subirse a un escenario con ella. «No tocarás una guitarra de pala puntiaguda en el concierto de Blues». ¿Dónde y cuándo sería escrito tal mandamiento?

Cuando veo a alguien haciendo buena música con una guitarra considerada «fuera de estilo» por el estándar popular, siempre capta mi atención y se gana mi admiración. Está demostrando tener actitud y saber cómo adaptar su técnica y equipo a cualquier situación. La mayor parte de las veces, cuanto menos se preocupa un guitarrista de cómo se ve con una guitarra colgada, mejor guitarrista es. Si un concierto está siendo una buena experiencia para el público y los músicos, ¿quién le presta atención a la forma, color, o pastillas de las guitarras? Nadie, tan solo algún fundamentalista tomando cervezas al final de la sala. Sé cómo es eso. Nada grave, no hace daño a nadie. Tan solo se limita a sí mismo.

Autor: Raúl Rodríguez